Cine de Chile
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Valparaíso_mi_amor

Valparaíso mi amor

Ficha técnica[]

Dirección: Aldo Francia

Guión: José Román - Aldo Francia.

Producción: José Troncoso.

Duración: 90'.

Año: 1969

Formato Original: 35 mm.

Blanco y Negro/Color.

Productora: Erica Wels de Francia.

Intérpretes: Hugo Cárcamo (Mario), Sara Astica (María), Liliana Cabrera (Antonia), Marcelo (Marcelo), Rigoberto Rojo (Ricardo), Pedro Manuel Alvarez (Chirigua).

Tema original, "La joya del Pacífico", interpretado por Jorge Farías

Escúchalo aquí: http://www.goear.com/listen/5bb5764/La-joya-del-pacifico-jorge-farias

Sinopsis[]

Esta película que participó con gran éxito en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes, Semana Internacional del Cine de Barcelona y el Forum de Berlín en el año 1970, tiene como personaje principal a la ciudad de Valparaíso, con sus cerros, ascensores, calles y habitantes. Y frente a ese personaje-ciudad, está otro gran personaje: el niño. Niños, que por azar de la fortuna quedan liberados a su propio sentido de sobrevivencia. Niños que se enfrentan a la hostilidad de los grandes y de los demás niños, y que poco a poco, empienzan a acomodarse dentro de esa tierra de nadie que es el mundo de los adultos.

Unos niños han quedado abandonados, porque el padre cesante roba ganado para dar de comer a los suyos y la policía lo ha detenido. Los niños se ven obligados a enfrentarse con la vida antes de tiempo y de una forma brutal.

Comentarios[]

1.

Auto interpretarse, para acercar la historia a la realidad, Francia buscó que la misma gente de Valparaíso se interpretara a sí misma. Por eso, una enfermera interpretaría a la enfermera, carabineros el rol de los carabineros, las prostitutas a las prostitutas y taxistas a taxistas. Fue tanto el interés de Francia de que sus personajes se parecieran a los reales que si algún aspecto del guión no les era compatible, éste se modificaba hasta lograr coherencia con el carácter del actor. "Y era mucho más fácil hacer actuar de vago a alguien que realmente lo fue", contaba Francia en sus entrevistas. Todos los varoncitos que actuaron en "Valparaíso, mi amor" eran niños del Hogar de Menores de Carabineros. Su director duda "que en el cine chileno haya niños más reales que estos, los tres hijos de Mario y las patotas de la feria y del cementerio". El rol de la pequeña prostituta dio un poco más de problemas. Debieron buscar mucho hasta que encontraron una niña que no era "ni fea ni bonita", pero sí bastante expresiva. Era la hija de un gásfiter y arreglada de un modo provocativo, disimulaba sus once años y se confundía bien con el resto de las prostitutas de Valparaíso. Para el rol de Mario, el delincuente, se eligió a un locutor de radio, Hugo Cárcamo, y para interpretar a María, la comadre que se encargaba de los niños, a una actriz que Francia "ya tenía elegida desde el Cuarto Festival del Cine": Esta fue Sara Astica, a quien el director considera una excelente actriz "que sirvió de viga maestra de toda la película. Todos se apoyaron, todos nos apoyamos en ella", dice. Para Francia la idea era que los actores no fueran muy conocidos, a fin de que los espectadores no se identificaran con ellos y así la película cobrara un carácter de documental. Mirar por la cerradura de la puerta del vecino, eso era lo que se pretendía. El equipo técnico que asesoró a Aldo Francia estuvo constituido por José Román, quien fue el guionista y también ayudante de dirección. Para fotografía, Francia se contactó con un argentino, Diego Bonacina. En producción, Francia "se arriesgó", como él cuenta, a tomar a José Troncoso. Un riesgo, según él, porque su nuevo director de producción "tenía partida de caballo de carrera y llegada de caballo de feria"._ Cámara, luz, acción Las decisiones de filmación no fueron difíciles. Estaba claro lo que quería lograrse y por eso se filmó con cámara en mano, "con luz que se viera natural, aunque las caras quedaran negras" y con cámaras escondidas siempre que fue posible. Cuando las grabaciones eran en lugares públicos las tomas se repetían vez tras vez, hasta que los inevitables observadores que se reunían se dispersaba. Entonces, se hacía la grabación definitiva. Todo este proceso no estuvo exento de problemas: roces personales, descoordinación, inexperiencia.


Como cuenta Francia, los primeros sinsabores comenzaron por causa del productor y el director de fotografía. "El productor quería que su amiga alimentara al equipo con sandwiches de mala muerte, que ella confeccionaba a desgano y que había que mandar a buscar a Viña en vehículo, y que por el tráfico, nunca llegaba. Y el director de fotografía, con botella en la mano y rodeado de lolitas que seguían la filmación como cantineras de la Guerra del Pacífico...", relata Francia. Sucedía que estos funcionarios resultaban demasiado trasnochadores y no se presentaban a las jornadas de trabajo a las horas prefijadas. "Había que sacarlos a tirones de la cama" y no era posible comenzar con las grabaciones. La responsabilidad de despertar a los durmientes recaía en el gerente de producción Guillermo Aguayo.


Aldo Francia recuerda que "después optamos por dejar los sandwiches y almorzar en restaurantes especiales (picadas)". Todo esto produjo atrasos en el rodaje, lo que hizo que algunas tomas salieran oscuras y, aunque originalmente estaban pensadas para ocurrir de mañana, debieron contextualizarse en la tarde. Y surgieron los problemas de dinero. Aldo Francia había obtenido los fondos necesarios con la venta de una propiedad que había recibido en herencia, pero al momento de la promoción éstos escasearon. Tuvo que recurrir a amigos y bancos. Pero un préstamo que estaba prácticamente aprobado falló en el último minuto. No sirvió de nada haber conversado con el diputado DC, Eduardo Sepúlveda, ni siquiera el mismo Ministro de Hacienda de aquel entonces o el gerente del Banco del Estado.

En la reunión del Comité del Banco la petición fue rechazada. Esa misma jornada, según cuenta Francia, Germán Becker, director de "Volver" recibía el préstamo de dos mil escudos. La explicación que dieron a Francia: "órdenes de arriba". En las pantallas "Valparaíso, mi amor" fue estrenada en la discotheque Topsy de Reñaca sin la presencia de público. La idea fue de José Troncoso, el guionista. "Pasaba por un período de depresión", relata Francia, "y no encontró nada mejor que, como medio terapéutico, que sacar una de las copias guardadas en Cine Arte y llevarlas al Topsy". Como los equipos proyectores eran para películas mudas, la copia quedó parcialmente inutilizada. "Pero Troncoso quedó mejor", asegura el cineasta. "Ese destello genial le provocó un ataque de risa incontenible que anuló la depresión. Poco tiempo después, la película se exhibió en vermut para los socios de Cine Arte y ese mismo día en la jornada inaugural nocturna del Segundo Festival de Cine.


La cuarta exhibición, esta vez abierta al público en general, fue el día de Navidad de 1969. Como resultado de nueve días de exhibición, la vieron quince mil personas en el cine Velarde, para continuar con éxito en Viña del Mar y las demás ciudades de la región. Sin embargo, no había sala para el estreno en Santiago. Miguel Littin y su "Chacal de Nahueltoro" tenían "las puertas abiertas de los cines para poder estrenar" y había comenzado la promoción mucho antes que "Valparaíso, mi amor". Por eso, llevaba ventaja en el mercado y tras mucho insistir, Francia consiguió los medios para promocionar ocho días en la capital. Aun así, no se logró convocar un gran público.

El estreno en la capital se postergó para el 20 de abril de 1970, siendo exhibida en los cines Normandie, Real, Nilo, Gran Avenida y Bandera. La película fue invitada a presentase en varios festivales internacionales. El realizador francés Peter Kast la solicitó para la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y un crítico alemán la invitó al FORUM del Festival de Berlín. Posteriormente, "Valparaíso, mi amor" fue llevada a Semana del Color de Barcelona y a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Luego fue enviada al Festival de Cártago de Túnez, oportunidades en las que también la música de "La joya del Pacífico" y los arreglos que de ella hiciera Gustavo Becerra y la voz de cantante Jorge Farías, recorrieron el mundo entero. Valparaíso, sin mar, Francia tenía muy arraigada la idea de un deber implícito en el cine, el de mostrar la realidad, sin permitirse el "lujo de impulsar un cine de evasión".

Conforme a los tiempos que se vivían, el realizador consideraba fundamental ligar y comprometer el cine con los problemas de transformación social e inculcar en el espectador la toma de conciencia. "En Chile hay problemas muy graves", decía en una entrevista para Primer Plano, "y se debe dar prioridad a esos problemas. Cuando se resuelvan, entonces podremos dedicarnos a hacer películas sobre el amor o de sexo." En esta búsqueda de apego a la realidad, Francia excluyó el mar. Una posibilidad que parece no caber en muchas mentes: un Valparaíso sin mar. Y esta ausencia se debe a que el mar representa para Francia la libertad, esa libertad que está negada para estos niños en una película tan determinista como lo es "Valparaíso, mi amor". Incluso una escena filmada por la costanera, una escena intrascendente, fue eliminada para evitar la aparición del mar, que es "para la gente libre, para los ricos; no para una familia que se hunde poco a poco". Y ese hundimiento se refleja en la triste historia de los cerros y los centros nocturnos, el mercado y las plazas, restándoles el romanticismo que otros han visto en ellos.


2.

El puerto miserable y sin esperanzas. El puerto hermoso y romántico de las canciones. O simplemente el puerto, a secas. Valparaíso, pobre y bello a la vez, es el protagonista del primer largometraje del doctor Aldo Francia. Es la ciudad, cuyos cerros recorrió tantas veces el pediatra atendiendo a sus niños, que toma forma en los rostros de los actores de Valparaíso, mi amor .

Francia escribió junto a José Román esta sencilla pero tremenda historia que acabó por transformarse en uno de los títulos indispensables del cine chileno. Pese a la notoria influencia de estilos europeos, especialmente del neorrealismo italiano, la mirada de su autor se diferencia de sus posibles predecesores al intercambiar el dramatismo por una curiosa distancia, mezcla de amable sarcasmo y paternal reproche.


La película no se compadece de sus lamentables personajes. Tampoco los juzga. Simplemente los contempla y acompaña. Dedica gran parte del relato a demostrar lo duro y cruel que puede ser el puerto con sus habitantes, pero lo hace como si contara la verdad más sencilla y eterna y no como si buscara generar un cambio.

Al fin y al cabo, ¿qué o quién tendría que cambiar? ¿Quién podría cambiar? Francia denuncia, es cierto, en la medida en que muestra. Pero su paternal amor por Valparaíso y sus habitantes se traduce no en apasionada defensa, sino en aparente indiferencia. Así es el puerto, para bien y para mal. Y no parece querer cambiar, así es que lo mejor es seguir adelante y tratar de sobrevivir lo más dignamente posible. Es una suerte de resignación fatalista que raya en el optimismo; una mirada que por feo que sea lo que ve, no puede dejar de contemplarlo con cariño.

No se trata en absoluto de una estética de la pobreza; de esa visión vertical que pinta de irresistible belleza la penuria. Tampoco de una exposición sensacionalista de la carencia. Al contrario, la miseria está asumida con tal naturalidad que no transmite el menor afán de instrumentalización. Es por eso mismo que su discurso se hace tan potente. Porque la película no lo enuncia, sino que lo expone. Porque no se presenta como una reflexión de los guionistas, sino como una realidad inexpugnable, enraizada en la existencia diaria de la ciudad.

Filmada en las calles del puerto, con apenas un puñado de actores profesionales y un gran elenco de pobladores, Valparaíso, mi amor narra las consecuencias que tiene sobre distintas vidas un acto de la justicia. Cuando el padre cesante y viudo interpretado por Hugo Cárcamo cae preso por robar vacas, su familia queda abandonada a su suerte.

Sara Astica encarna a su actual conviviente, quien además de hacerse cargo de los hijos de él, se entera de que está embarazada. Con apenas su trabajo de lavandera debe alimentarlos a todos, tratando de evitar que caigan en la mendicidad, la delincuencia y la prostitución. Para ellos, en cambio, es difícil seguir siendo niños y además sobrevivir "honestamente". Su destino pareciera estar marcado, y no es que eso les moleste demasiado.

Son parte de la ciudad. Ellos son Valparaíso. Ellos son a la vez la belleza y la miseria del puerto de sus amores. Y Valparaíso es ellos: es la muerte que llega porque no hay recursos para desviarla, es el robo asumido sin cuestionarse, es la venta del cuerpo a cambio de un poco más de algo que no se sabe bien qué es. Es el destino dibujado entre los cerros. Y cuando no se tiene nada más, el destino puede ser el mayor de los tesoros.

Pamela Biénzobas

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